“Maddison, Dilma y Chiloé”
Santiago, Chile. 20 mayo, 2016. Si no hay crecimiento económico, el bienestar de una persona sólo puede incrementarse a costa de la reducción del bienestar de otra persona. En una situación como esa, obviamente la posibilidad de observar conflictos de todo tipo es muy alta.
El destacado economista de la Ocde, Angus Maddison (1927- 2010) produjo series de crecimiento económico para los últimos 2.000 años. El trabajo de Maddison es monumental y ciertamente amerita una referencia mucho más extensa que una columna de opinión, pero hay un aspecto de las series históricas producidas por Maddison que me parece especialmente sorprendente. De acuerdo a la recopilación de Maddison, el PIB per capita (una medida del bienestar de las personas) experimentó un crecimiento prácticamente nulo entre el año 1 y el año 1750, mientras que en los últimos 250 años este indicador se ha multiplicado por casi 25.
A la luz de los datos de Maddison, no es raro que la historia del mundo desde el nacimiento de Cristo, sea una sucesión de guerras, tiranías, reyes con poderes absolutos, etc. En un mundo que no hay crecimiento económico, la única forma de progresar es subyugar, esclavizar o expropiar a otros seres humanos. Los últimos 250 años, en que el mundo crece aceleradamente, la libertad individual, las democracias han florecido y la violencia ha retrocedido significativamente. Esto tampoco sería casualidad. Ahora, los seres humanos pueden usar su energía y su talento para inventar cosas. Hoy miles de millones de personas, no todos, ya no requieren echarle a perder la vida a otro para mejorar la propia.
La historia del progreso económico del mundo y su obvia conexión con la violencia y las formas de organización de la sociedad, nos debiera servir para reflexionar respecto de la destitución de Dilma Rousseff en Brasil y también respecto del conflicto en Chiloé. Durante el primer gobierno de Dilma (2011-2014) Brasil experimentó un magro desempeño económico. La economía carioca se expandió a un ritmo cercano al 2% promedio anual. En los últimos dos años el país ha experimentado una de las peores recesiones de su historia.
No es raro entonces que analistas políticos expertos en Brasil, como Luis Tejeiro, declaren (en entrevista en El Libero), que la verdadera razón de la destitución de Dilma pasa más por la crisis económica que por los escándalos de corrupción.
Chile va a completar este año 2016 el peor trienio de crecimiento económico de los últimos treinta años. Más aún, las perspectivas para el próximo año en vez de mejorar continúan deteriorándose. En ese contexto, no será raro observar que los niveles de conflictividad en nuestra sociedad vayan en aumento. Lo que estamos viendo hoy en Chiloé, que partió como un problema puntual de un grupo de pescadores y que ha derivado en exigencias de todo tipo (condonación de deudas bancarias, vales de alimentación, etc) de un porcentaje significativo de la población chilota, podría ser sólo el comienzo de una seguidilla de incidentes con una temática común: un grupo específico de chilenos queriendo mejorar su nivel de bienestar a costa del resto de sus compatriotas.
Cuando no hay crecimiento, no hay oportunidades de progreso derivadas del esfuerzo, el talento y el emprendimiento. En ese escenario, la única forma que queda para mejorar el estándar de vida, es reduciendo el de los compatriotas.